domingo, 3 de octubre de 2010

3 de Octubre

Hoy es 3 de Octubre del 2010.

Hoy pasan cosas en algunos lugares que son parte de mi vida: elecciones regionales y municipales en Perú, elecciones presidenciales y para diputado en Brasil y el aniversario número 20 de la reunificación del país en el que hoy vivo.

Podría escribir muchas cosas hoy, pero no se bien por dónde empezar, ni cómo unir todas las ideas que me vienen a la cabeza juntas en este momento.

El resumen de todo sería básicamente que me encanta criticarlo todo y que no puedo abandonar mi posición cómoda y hacer algo por las cosas que encuentro mal en mi país y me doy cuenta que nadie está dispuesto a abandonar su comodidad burguesa para involucrarse en una tarea de esas, sin cuartel. Al menos nadie que conozco.

Hace unos 7 anhos trabajé en un programa social. Por dos anhos miré la realidad de los pobres de la capital, esos que manejan y cobran en las combis y cuyas esposas lavan la ropa de los mejor acomodados, los albanhiles, los ambulantes, los invasores de terrenos ajenos, los emigrados del campo. Recuerdo mucho a una mujer muy pobre, representante legal de un asentamiento humano de cuatro casas clavadas en el cerro más feo de Villa María, allá en el último paradero de la 73. Es sorprendente llegar a saber dónde queda el último paradero y lo grande que puede ser una capital. Era una realidad que yo jamás hubiese imaginado, porque lo que yo conocía hasta ese momento era la pobreza alegre del campesino que tiene casa y comida, al menos. La pobreza de Lima me aterró, porque no había comida, no había dónde sembrarla, ni con qué alimentar animales, no había agua de un río, ni luz de estrellas en cielo despejado de la noche y en Lima hace frío y llovizna sin parar en invierno. Esa mujer quería que hicieran el muro de contención de su cerro, porque solo con un muro le podrían poner agua potable, electricidad, veredas y escaleras para subir al cerro. Ella organizaba marchas, recolectaba firmas e iba y venía al centro de Lima sin parar para que le reconocieran legalmente el asentamiento. Ella era la presidenta del club de madres del cerro y junto con las otras mujeres, mal cocinaban sopas de verduras y huesos para el almuerzo y avena con manzanas viejas para el desayuno. Y yo me quejo de lo que tengo para comer.

Me fui de ese programa porque ya me dolía el corazón.

Toda mi vida viví cerca de los pobres del campo, que cosechan los limones de esos árboles ingratos que destruyen cualquier trapo que te pongas. Y esa pobreza tan diferente a la de la ciudad es tan igual de injusta. Los vi llegar al menos con la panza llena, sencillos como no vi jamás. Me acuerdo de la muchacha que lo único que quería era que su papá la dejara estudiar para dejar de despepar mangos. Y yo me quejo de lo que estudié.

Hoy eligen gente otra vez. La misma gente desde que tengo uso de razón. Los mismos que van y vienen y se turnan el poder y el presupuesto.

He dejado de creer en todo, hasta del sistema del país en el que vivo y de las ganas que dicen tener para cambiar las cosas.

Nadie va a renunciar a la buena suerte que le tocó para cambiar las cosas. Yo tampoco.

Me voy a seguir tejiendo.

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