miércoles, 3 de noviembre de 2010

La Caperucita Roja

I.

Cuatro generaciones ascendentes han estudiado en el colegio en el que yo tuve la desdicha de estudiar. Sin embargo no podría decir que el colegio fue completamente malo, en realidad no se cómo calificar esa experiencia, porque cruzarme con esa realidad macabra desde tan pequeña me dio la oportunidad de aprender a practicar el arte de ignorar a la gente, ser indiferente a todo, no responder a ninguna pregunta y a olvidarme rápido de lo que no me gusta. Eso es algo muy bueno o muy malo de mí, no me decidí todavía, pero reconozco que cuando lo practico, disfruto sin límites. Las monjas del cole pensaban que llamando a mi papá todas las semanas iban a encontrar alguna solución para mi comportamiento, pero se dieron por vencidas cuando mi papá se puso indefectiblemente de mi lado y optó por practicar el mismo arte que yo: escuchar y no decir nada.

Yo lo corregí y lo aumenté: escucho hasta que la oreja se me ponga roja, no digo nada, pero escribo todo.

En ese mundito de mujeres de deseos reprimidos y actitudes extrañas, uno aprende a ser extraña, a reprimir mucho sus pensamientos o a no pensar mal por costumbre y también se acostumbra a la protección que las mallas de un gallinero como ese te ofrece: 900 adolescentes encerradas en un mismo lugar. Uno sólo tiene amiguitas, vive muy feliz y contenta ignorando al 100% de las monjas y al 50% de compañeritas, porque 150 compañeras eran demasiadas y me desataban una especie de fobia social; estudiando lo suficiente para que no digan que una no hace nada, cumpliendo con las tareas, pensando en ovejitas, arbolitos, pajaritos y dibujando corazoncitos en la pizarra con "Alicia y Jorge" y viendo a Alicia salir corriendo de su asiento para borrar con las manos húmedas de los nervios el corazón y el nombre de Jorge. Ridículo.

Así me pasé 11 años.

En esas condiciones mentales llegué a la universidad, inocente y pura, una babosa, totalmente desprotegida. Nadie me ofreció su ayuda. Me dejaron sola en ese mundão. Y así fue que me junté con un grupito de amiguitas estudiosas muy buenas igual que yo y tan ciegas o peor que yo y que habían estudiado en gallineros vecinos. Ese grupito de amiguitas ciegas ya tenía su grupito de amiguitos universitarios, y yo me uní a ellos muy feliz, porque para mi no había cosa mejor que por fin tener amiguitos. La vida me demostró que mis ojos no verían lo evidente, ni del más allá, ni del más acá, ni la verdad que se desnudaba frente a mí y me permitía explorarla como un ultraje ginecológico, esos que tengo la valentía de sufrir cada seis meses.

Al final de los tiempos resultó que esos amiguitos universitarios eran todos del otro bando o por lo menos pateaban con las dos. Mis amiguitas no lo sabían, ninguna se dio cuenta, y yo tampoco lo noté. En esa época yo tenía la sensación de que el tiempo pasaba demasiado lento, que sucedían muy pocas cosas en la vida de todos, me limitaba a observar a la gente y a ver como se empezaban a definir las personalidades de los grupos por los nombres que los otros les ponían: "los animales", "los nerds", "los industriales", "los mecánicos", "los fumones", y yo me imagino que toda esa otra gente debe habernos llamado a nosotros "las amiguitas buenitas y sus amiguitos gays". Yo nos hubiese definido como "grupito de las amiguitas idiotas" si hubiese tenido suficiente malicia. Y no es que yo tenga algo contra los gays, lo que tengo es algo mío que está en contra de mi misma, porque teniendo 30 años sigo con el defecto de no prestar atención a lo que hay que prestarle atención y no darme cuenta de lo que tengo que darme cuenta. Para hacer el defecto menos evidente a veces lo llamo concentración (???).


II.

Ya al finalizar esos dos primeros años lentos y confusos, una tía me regaló para mi cumple 19 mi primer set de maquillaje completo. Tenía labial, polvos, colorete, paleta de sombras, máscara de pestañas y delineador de ojos. Yo era peor que ahora, ni siquiera me depilaba las cejas, y así me animé un día a delinearme los ojos. Me salió terrible, lógico, pero como sufro de desubique contextual crónico pensé que poniéndome las gafas no se iba a notar mucho. Y así me mandé a la universidad.

Llego a la clase y amiguito número uno en salir del closet me saluda y me dice señalando mi ojo con su dedote:

- tienes el delineado chueco

Por la puta madre. En ese momento morí de chucaque ronchudo, quise que la tierra me tragara, me odié por ser tan cojuda y hoy cada vez que me pinto los ojos redescubro el significado verdadero de esa frase llena de contenido: "tienes el delineado chueco", "tienes el delineado chueco," "tienes el delineado chueco", "tienes el delineado chueco", y así hasta el infinito chueco.

Me fui al baño y me lavé el delineador.

****

Pasa otro año y amiguito número dos en salir del closet me cuenta mientras banquéabamos sin remordimientos como fue su primer encuentro con una chica. Me contó todo con mucho detalle y al final me dijo:

- pero tenía el cuello saladito

Cuando lo recuerdo, puedo ver a las ardillas comiéndose los restos de las bolsas de chifles de los basureros y mi cabeza funciona como caja de resonancia que repite sin pausa: "tenía el cuello saladito", "tenía el cuello saladito", "tenía el cuello saladito", "tenía el cuello saladito" y así hasta el fin de la galaxia y lo puedo comparar exactamente con la frase de Bayly creo que en "Yo amo a mi mami":

- tiene pelos en las tetas

"Pelos y tetas", "pelos y tetas", "pelos y tetas", "pelos y tetas", "saladito, cuello, pelos, tetas", "saladito, cuello, pelos, tetas", "saladito, cuello, pelos, tetas". No logro separar los hechos, confundo una información encriptada con la otra, intuyo que los dos están tratando de decirme lo mismo, siento que el espíritu se me separa del cuerpo y me mira de afuera, y me dice, "tú, pedazo de idiota", señalándome con el dedo y haciéndome una mueca de doctor cuando me revisa la garganta mientras me dice "tienes el delineado chueco" y yo con la bocota abierta haciendo "aaaaaahhhhhh".

****

Pasa un año más y estamos a punto de salir de la universidad, tratando de controlar la borrachera de la facultad en la que se vendieron 3200 litros de cerveza y se recaudó la mayor cantidad de plata de todos los tiempos hasta el 2001. Amigo animal se pone en plan "si me miras te pego", suelta su belicosidad y empieza a romper botellas, llegan los de seguridad a expulsarlo de la fiesta, pretende que lo vuelvan a dejar entrar y en protesta se trepa a la reja del local estilo barra grone y empieza a gritar como loco zarandeándolo todo y dejándonos impresionados a todos por los efectos de las sustancias tóxicas. En medio de ese caos aparece amiguito número tres en salir del closet que se había largado a estudiar a otro país hacía dos años y estaba de visita en la ciudad.

Mi memoria fotográfica recuerda mi falda arrugada, mi top azul y mis zandalias nuevas encharcadas de ese lodo alcohólico y pestilente que se forma en los huariques con piso de tierra, lo ve llegar vestido de tonos caqui a saludarme horondísimo y feliz con lentes de contacto color almendra. Le estoy viendo "lentes de contacto color almendra", "lentes de contacto color almendra", "lentes de contacto color almendra" y sombrerito de boy scout, me dije. Los lentes de contacto de hace 9 años no eran como son hoy y pensé "que cosa rara ésta", "cómo cambia la gente cuándo se va", "la gente cambia", "la gente cambia", "la gente cambia", "la gente cambia", "la gente cambia". Y eso si que no lo he soñado.

Cuando se fue, yo seguí preocupada con la plata que recaudábamos para la fiesta de promoción.

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Les perdí el rastro a todos esos amiguitos, y a sus amiguitos también porque a decir verdad eran una manchaza de gente, que salieron discretamente del closet con pequeñas cosas que vivimos ellos y yo y los encontré de nuevo en esa maravilla del Chismebook. Diez años después estamos casi todos en Europa, muy modernos, todos asumidos, ya ni se acuerdan de la oscuridad del closet, están enamorados y felices, unos con blogs de viajes o de moda, diseñadores y pasarelas, con el cutis mejor y/o el novio más guapo que el de una, producidos y flacos, ni rastro del amiguito con camiseta, jeans y zapatillas con el que me senté tanto tiempo en la universidad, ahora se ponen cardigans delgaditos sin camiseta abajo, enseñan medio pecho depilado, están peinaditos con gel y ponen fotitos en juergas de ambiente con mesas verdes y sillones fucsias en las que salen con jeans skinny por la mitad del trasero.

Me acuerdo de las clases, de las horas de estudio, sin dar una señal de nada, los veo por el camino de Química cargando el trípode y el nivel y me doy cuenta que me llevaron a pasear al campo. Los corazoncitos que ponen abajo de sus fotos me desconciertan. Ellos ya me lo habían dicho sin decírmelo, me disculpo a mi misma por no ver lo evidente, cada vez que los recuerdos me asaltan.


III.

A Madre también le pasó lo mismo y seguro por eso es que se dice que lo que se hereda no se hurta. Un día le pregunté los detalles de la historia de su hermano. Una historia que me enternece y me hace admirar a mi tío por su valor en una sociedad de hace 45 años. Salir del closet a los 6 años en un pueblo conservador hasta hoy, para brindarte con inocencia la posibilidad de saber y aceptar.

Mariam: Madre y cómo fue que se dieron cuenta?
Madre: nos dimos cuenta cuando ya era grande
Mariam: porqué tan grande?
Madre: no se hija... en realidad no lo quisimos ver -y Madre suspira profundamente-
Mariam: cómo así?
Madre: ay hija, tu tío fue la caperucita roja en la actuación de fin de año del jardín de niños
Mariam: ....
Madre: el jardín tenía niñas -me dice de nuevo mientras suspira más profundo que antes, me mira, me sonríe y me da un beso y yo tengo ganas de poner corazones abajo de nuestras fotos-
Mariam: ....


IV.

La capa siempre es roja