sábado, 12 de mayo de 2007

De hambre no muero (primer capítulo)

Durante los cuatro años que llevo viviendo independientemente, he desayunado, almorzado y cenado en cualquier lugar menos en mi casa. Esos "cualesquiera" lugares fueron los restaurantes de menú que se ubican en los alrededores del Centro Empresarial en San Isidro, las Sangucherías-Juguerías de Surco, la cafetería del Goethe Institut, o del Centro de Idiomas de UP y la cafetería del gimnasio de turno. En mis épocas sub-urbanas, en las que estaba sumida en el mundo industrial del Callao, almorzaba en Minka respetables y abundantes menús que hasta ahora recuerdo con hambre. Antes de eso, comí en los alrededores del Campo de Marte y del Ministerio de Trabajo, en Jesús María.

Cuando me mudé sola hace ya 4 años mi papá me regaló una cocina eléctrica, un juego de ollas Récord, un poco de vajilla y un termo para conservar el agua caliente. Bueno están casi nuevos, excepto el sartén. La verdad nunca he sido muy aficionada a la preparación de comida, no solo porque considero que no es sencillo, sino porque odio verdaderamente tener que lavar el cerro de cosas que queda sucio después de cocinar. Aunque cocinar siempre se haya reducido al hecho de freír huevos, carne, plátanos y preparar arroz o mezclar ingredientes frescos. Cuando tuve solvencia financiera, me compre un hervidor de agua y una waflera o como se llame. Y me dediqué a comer desayunos a toda hora.

Ahora que ya no tengo centro de labores, y me encuentro en un estado vacacional total que me impide la mayoría de veces sentarme a escribir, estoy cocinando cosas. O más bien, preparando cosas. Yo entiendo por cocinar a toda receta que incluya un proceso de cocción. Así que, insisto, me dedico más bien a prepararme cosas. A pesar de no haber tenido una alimentación supervisada por una persona experimentada en el tema (mi mamá o mi papá por ejemplo) durante todo este largo tiempo, creo que he buscado la manera de comer la mayor cantidad de cosas frescas, la menor cantidad de grasas saturadas, y he tratado de balancear al máximo mi comida incluyendo siempre una dosis alta de fibra.

Cuando estaba en Piura siempre comí mucha ensalada de vegetales frescos y muchas carnes de todos los tipos, de res, de carnero, pollo, pescado, e inclusive comí algunas veces cerdo. También tomábamos jugos de frutas naturales, como maracuyá, papaya (a la que odié por mucho tiempo) y limonada (en Piura por un sol de tan 25 limones). Comíamos mucha menestra, y purés y mucha sopa. En alguna época, cuando mi papá estaba obsesionado con la avena, la kiwicha y la quinua, comíamos eso a toda máquina. Mi mama siempre fue más ortodoxa con los alimentos, así que no puedo decir que hizo muchos inventos. Por todo eso y más, fue un choque total venir a Lima y comer papa, papa, papa, papa y más papa y pollo, pollo, pollo, pollo y más pollo en todos los menús.

Ahora que me estoy encargado personalmente de mi alimentación he encontrado algunas dificultades, pero creo que nada insuperable. Me preparo muchas ensaladas: de frutas o vegetales frescos; sopas, y estofados. Algunas veces me arrebato y me como una buena parrillada personal, un pollo a la brasa con papas fritas o hago una incursión dominguera en la cevichería Los Piuranos y rindo homenaje a mi procedencia norteña.

Aquí algunas fotos de mi propia aventura culinaria causante de mi desaparición internauta, total todos tenemos la posibilidad, no solo Gastón :)

2 comentarios:

Alberto Colombo dijo...

Que quiere que le diga Mariam?... no veo unas milanesas.. no veo un pollo al horno con papas... no veo un asadito...

Todo bien igual.

RacuRock dijo...

asuuu se vee rico.. ya me dio hambre... no hay como comer en su casita
provecho

El Gran RacuRock