viernes, 28 de agosto de 2015

Reality check


Más de dos años sin escribir aquí y millones de cosas para contar.

Este año he cumplido 35 años y la edad me ha dado mi primer reality check: ha sido una especie de revelación descubrirme unas arrugas que ya no se van más, la mirada cansada en las fotos que me saco, un agotamiento permanente y el temor de permanecer aquí por el resto de la vida.  He sentido el peso de la obligación de ser feliz y la necesidad de priorizar mi bienestar y mi felicidad en cada acción o decisión para el futuro.

Hace 8 años y tres meses llegué en Alemania y hoy por hoy pienso que es lo mejor que me podía haber sucedido en la vida. Aquí he podido ser quien quiero ser con toda libertad. En ese proceso de transformación me distancié de mis antiguas ideas y de muchas personas que formaban parte de mi antigua vida. Me gusta el lugar en el que estoy, el trabajo que tengo, el lugar en el que vivo, la comodidad que he conquistado, la persona con la que comparto mi vida, las personas nuevas que he conocido y las amistades que he construido y he logrado conservar durante estos 8 años. A pesar de todo eso que es tan bueno, los momentos en los que me pregunto porqué estoy en la situación en la que estoy, -esto que me gusta tanto-, se repiten sin cesar. Con Turistão no terminamos de comprender cómo es que un día llegamos aquí, qué es lo que nos motiva a continuar y qué nos mantiene aquí.

Me descubro en medio de una conferencia telefónica en medio de 10 alemanes, hablando alemán sobre un proyecto alemán, y diciendo naturalmente en alemán que “Herr Cerezo ist heute außer Haus” o que “Sie werden unsere Stellungnahme zu diesem Thema nächste Woche erhalten” y me desconcierta. Me pregunto, ¿cómo estoy haciendo lo que estoy haciendo? Y no encuentro ninguna respuesta.  Al rato, Turistão me llama desde la obra en la que lo han metido a hacer la supervisión de la construcción de varios molinos de viento y me dice que ha llegado la televisión del lugar a filmar un poco para un noticiero y que los ha tenido que mandar a la casa porque a pesar de tener permiso del Bauherr para filmar en la obra no tenían Sicherheitsausrüstung. Nos reimos en el teléfono los dos y no entendemos nada. Después me cuenta que es “Tag der offenen Tür” en la obra y que hay una tropa de jubilados y escolares llegando a preguntar lo impreguntable. Nos morimos de risa.

Después de ocho años andamos organizando programas de fin de semana alemanísimos y andamos tan indulgentes y amorosos con los alemanes al punto que llegamos a dar miedo. Los queremos, los entendemos. En la Pascua pasada fuimos a un pueblo al norte de Brandenburg a descansar un poco al pie de un lago. Paseamos en bici, en barco, fuimos a wanderear y a explorar los alrededores del lugar en auto. Así, sin querer queriendo, una peruana y un brasileño, acabamos metidos en un granero en desuso, o más bien, con otro uso, en el que había una fiesta popular con mercado regional y con música alemana en vivo, harta cerveza y salchichas de puerco, Sauerkraut y Sanddornsaft por doquier. ¿Cómo dos extranjeros llegan a meterse en un pueblo alemán donde el viento da la vuelta?

Cuando uno anda recién llegado va a los lugares a los que todos los extranjeros van, junto con otros extranjeros que también andan más o menos recién llegados y uno no se nota mucho en medio de la multitud de extranjeros. Pero cuando uno se “integra” en la sociedad alemana (y quizá en cualquier otra), uno se descubre metido en lugares impensados, haciendo cosas inimaginadas, para luego percibir lo fremd que aún eres (¿o te sientes?) en el lugar. En aquella Scheune de Mecklenburg-Vorpommern estábamos Turistão y yo comiendo salchicha, tomando cerveza y cagándonos de risa sin comprender cómo es que después de 8 años viviendo en Alemania habíamos tenido la idea de bookear un Osterarrangement, con cena pascual y entrada doble a la terma del lugar (donde todos entran desnudos!), para terminar escuchando algunos Schlager de este siglo y del pasado en un antiguo granero junto con un montón de familias alemanas. Un programa surreal de fin de semana largo. Recién llegada no me cambiaba de ropa ni en el cambiador de mujeres del gimnasio. Ahora me meto desnuda al sauna con parejas de jubilados. 

A eso se suma que recibimos invitaciones a casamientos en Annecy, Wanderungen en Allgäu, fines de semana en el Bodensee, paseos de bici y de canoa al sur de Berlín, tenemos paseos con colegas en los que vamos a Ostsee, o a algún bosque a mirar bisontes u osos, somos invitados a Abendessen con amigos italianos, alemanes y franceses o los recibimos en casa para hacer galletitas navideñas porque nuestra cocina es la más grande de todos los del grupo de amigos. Y no entendemos nada. ¿Dónde quedaron aquellos extranjeros desubicadísimos, que se esforzaban todo el tiempo por aprender alemán y hacer amigos? Hoy nos damos cuenta que no nos damos abasto para atender a tanta gente. Nuestos fines de semana quedan cortos para todos los programas que nos aparecen o a los que nos invitan. Vivimos diciendo “wir haben keine Zeit!”. Qué verdadera y llena de contenido es esa frase hoy para nosotros! ¿Que nos pasó que de pronto dejamos de extrañar los entrañables amigos de allá y amamos tanto a los nuevos amigos de acá? Los nuevos amigos nos traen aceite de oliva prensado en frío a mano de Pescara, nos regalan una botella de cerveza suiza de sus últimas vacaciones o nos mandan una postal desde Las Vegas. Nos muestran su cariño a su manera y nos consideran parte de su vida. Nos invitan a fiestas de disfraces o nos avisan en Febrero que vienen de visita en Junio. Nosotros organizamos cenas latinas en las que suprimimos el ajo y la cebolla a la mínima expresión para agradarlos, les traemos dulce de leche de Brasil, alfajores de Perú y les mandamos postales desde Tokyo y Nueva York. Nos prestamos máquinas de coser, de hacer helado, moldes de tortas, taladros, colchones inflables, carpas y bicicletas mutuamente. ¿Han visto como nos hemos puesto chic? Vamos de vacaciones a Tokyo y Nueva York!

Hay que aceptar que todavía desconcertamos un poco a nuestros amigos con nuestra alegría sin fin. Turistão los impresiona tocando la guitarra, el cavaco y cantando sus sambas y yo bailo como una pirinola en las fiestas de casamiento a las que nos invitan. Nuestra energía los impresiona -o los asusta- siempre. 

En estas circunstancias personales felices, andamos descontentos por nuestras circunstancias laborales. Aquí, la vida de la gente gira casi completamente alrededor del trabajo. En pleno siglo 21, Alemania todavía es un país en el que hay gente que sólo ha trabajado para una sola empresa, llega a jubilarse en ella y se siente orgullosa de ello. Nosotros venimos de países en los que la seguridad laboral no existe, así que uno esta sometido a un cambio constante en el que la flexibilidad es necesaria para tener éxito en la vida. En Alemania, a las personas les cuesta separarse de su rutina pre-establecida, aunque les aburra o cargue emocionalmente, porque encuentran en ella la seguridad que necesitan.

Después de cinco años y medio, casi seis años de trabajar, estoy agotada. No del trabajo en sí mismo, porque mi trabajo me gusta y hago el trabajo de una persona (y no él de tres personas como lo hacía en Perú), sino de la forma de trabajar. Aquí todas las fases de un proyecto son importantes, incluso la fase inicial, cuando uno sabe que todo lo que se hace es preliminar y el cliente aún no sabe que es lo que quiere. Mi impresión es que a todo se le da más importancia de la que a mi parecer tiene, y no siempre las cosas salen bien como se piensa y se divulga en todos lados. Hay cosas que están muy bien hechas, es verdad, pero hay bastantes que no. Nadie es perfecto. Creo que cuando las cosas van mal, se perciben mucho peor de lo que en verdad son, porque la personas no están preparadas culturalmente para que las cosas vayan mal y no saben reconocer su parte de responsabilidad en lo que ha ido mal. No se sabe lidiar con la culpa ni con el fracaso. En alguna parte de este blog escribí que esta es una sociedad en la que se debe mostrar “buen desempeño”.

Eso se refleja en la importancia que uno mismo debe darse ante los demás. Un título académico es super importante y te diferencia de los otros. Mientras más títulos tengas, pues mejor. Así hay personas que escriben ellos mismos que son ingenieros, masters, doctores o profesores universitarios o todo junto y se presentan así a los demás. Eso me molesta un poco, pues pareciera que el título avalase las opiniones o categorizase a las personas. No se si compararlo con un sistema de castas hindú o con un sistema nobiliario medieval que se divide entre profesores universitarios, profesionales, técnicos y todos los demás. Si eres ingeniero y opinas, tu opinión no es tan bien considerada como la opinión de un doctor ingeniero que opina. Aquí mi pregunta es ¿dónde me ubico yo? Aún no he logrado descubrirlo.

Una observación adicional es que los colegas se hacen importantes frente a los otros, y le imponen a su trabajo más importancia de la que en verdad tiene o le dedican a las tareas más tiempo del que merece. Esta es una percepción que tenemos Turistão y yo ahora que hablamos fluentemente alemán y pasamos 9 a 10 horas diarias en promedio trabajando en ese ambiente. Si uno le pregunta a un colega “que tal le va con el trabajo”, él dice la mayor parte de las veces que está muy-muy-muy ocupado y que no tiene espacio para nada más. Es cierto que estamos ahí para trabajar, pero no siempre tenemos tanto que hacer. ¿O es que yo soy muy eficiente y termino antes mi trabajo o es que recibo menos trabajo del que debería recibir? ¿Son mis percepciones marcadas por mi bagaje cultural, por mi flexibilidad, por mi rechazo rotundo al estrés? ¿Son todas mis impresiones erradas?

Si alguien quiere recibir más trabajo porque no está haciendo mucho, dice que “tiene en este momento un poquito de aire” y que podría asumir “eventualmente” algo nuevo. Probablemente es un mensaje encriptado dentro de los protocolos culturales y significa simplemente “dame trabajo”. Yo digo simplemente que tengo “todo el aire del mundo” y que con mucho gusto recibo nuevas tareas” si es que estoy teniendo tiempo para algo nuevo. Lo más raro es que mi trabajo sale muy bien y soy felicitada constantemente por ello. Es muy cansador lidiar diariamente con la forma de trabajar de aquí en ese aspecto, pues si pides ayuda, la gente primero hace el teatro de decir que no puede, que podría la próxima semana y al final después de un pequeño acuerdo verbal no necesariamente bien humorado, terminan haciendo el trabajo. No me logro insertar en ese procedimiento. Para mi es más fácil decir que si puedo. Muy rara vez no puedo.

En este ambiente se siente que el espíritu competitivo nunca disminuye y que el dinero cobra cada vez una importancia mayor en la vida. Somos ingenieros los dos en un país tecnificadísimo, y es lógico que no nos vaya tan mal. A pesar de eso, aún no logramos manejar situaciones de trabajo en las que tenemos que dar respuestas inmediatas o en las que no logramos enfocar una opinión de una forma que deje satisfechos a los participantes. Y esas son cosas que nos superan. Nos dejan muy cansados.

Así que hemos decidido hacer una pausa de nuestro mundo de hoy para mirar nuestra experiencia alemana desde la distancia y con más tiempo. Procesar lo vivido. Para eso es necesario volver a cambiar. 

Intentar algo nuevo.

De eso hablaré en mi próximo post.

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